El objeto de la vida de fray José Guerrero es el hombre, en su totalidad, el hombre hecho de alma y cuerpo.
Inclinado sobre la miseria moral de los pobres de Villa Duarte, no ignora la debilidad física, la enfermedad.
Diariamente está rodeado de enfermos, de gente necesitada de ayuda y afligida por todo tipo de sufrimiento.
“El cardenal López siempre nos ayuda y gracias a su apoyo nos hemos mantenido y crecido en medio de este barrio lleno de miseria"”
Fray José Guerrero "Hermanos Pobres de San Francisco"
Fray José Guerrero "Hermanos Pobres de San Francisco"
Para cualquiera que lo vea vivir y caminar entre los basureros y las cañadas malolientes, diría que es una entrega inútil, que ha perdido la cabeza y que el arzobispo López Rodríguez debe sacarlo de allí.
Pero estos “son criterios humanos, no como piensa Dios”, dice el fraile capuchino, propulsor de un nuevo estilo de vida religiosa llamado “Pobres de San Francisco”.
Su espiritualidad es la filiacion divina, sentir a Dios como padre en la hondura del alma y vivir entonces como hermanos de todos. “Viviendo en el barrio la gente nos ve como ellos mismos, pero con la diferencia de que estamos aquí para ayudar, por solidaridad”.
El padre Guerrero ha experimentado desde su niñez la pobreza extrema, el dolor en todas sus dramáticas variedades, y por ello comprende más que nadie el de los demás.
Conoce la indigencia material y espiritual, la incertidumbre y la oscuridad ante el futuro, porque él mismo la vivió en carne propia.
“Me fui de este barrio para el seminario franciscano cuando tenía 14 años, siguiendo la voz de Dios, y regresé 35 años después al sentir un nuevo llamado”, dice el padre Guerrero, mientras observa a los niños mugrientos y harapientos que corretean por el callejón donde está su casita.
La llamada dos
“Esta casa es como el centro de las penas y los desahogos, vienen a buscar ayudas, a veces damos cosas materiales y algún dinerito que nos regalan otros, pero siempre hay necesidades”, expresa el religioso, con un dejo de compasión en su mirada.
“Esta casa es como el centro de las penas y los desahogos, vienen a buscar ayudas, a veces damos cosas materiales y algún dinerito que nos regalan otros, pero siempre hay necesidades”, expresa el religioso, con un dejo de compasión en su mirada.
“Vienen a buscar para una medicina, porque no tienen comida o empeñaron el televisor y necesitan sacarlo, y siempre les damos algo, pero saben que lo que queremos es evangelizarlos”.
Con fray Guerrero, mentor de esta nueva espiritualidad franciscana de los barrios, viven cuatro jóvenes, seminaristas que quieren servir a Dios en el barrio del Caliche.
Uno de ellos ya cursa el segundo año de teología y los demás llevan uno y dos años de filosofía en el Seminario Pontifi cio Santo Tomás de Aquino.
El regreso al Caliche, uno de los bolsones de miseria más conocidos de Villa Duarte, en Santo Domingo Este, se produjo hace seis años, aunque la idea la tenía fray Guerrero desde antes. Una tarde, siendo maestro del noviciado de los Frailes Menores Capuchinos en Santiago, vino a visitar a su madre.
“Era el mes de diciembre del año 98 y mi hermana me dijo que en todas las casas había armas de fuego y armas blancas, porque la violencia y las drogas habían invadido el sector”.
Todos estaban expuestos a vivir una masacre en cualquier momento, y en ese momento se acrecentó en el fraile la inquietud. “Me dije, se necesita la presencia de la Iglesia, un grupo que traiga a Jesucristo que es el único que sana el alma y transforma a los hombres”.
Reflexionó que nadie estaba evangelizando en el barrio, y pensó en un grupo de muchachas, bien formadas en la fe y académicamente, que evangelizaran a la gente de los barrios y llevaran a Cristo a los pobres. “Tengo la convicción de que solo cuando Cristo penetra el corazón humano, lo transforma y comienza la paz”.
Retorna la paz
La idea de que “si hay paz en el corazón de la gente, habrá paz en el barrio”, parece haber dado sus frutos.
La idea de que “si hay paz en el corazón de la gente, habrá paz en el barrio”, parece haber dado sus frutos.
“Cuando llegamos hace seis años, eran incesantes los tiroteos, de noche nadie pegaba un ojo, vivíamos en una angustiante zozobra”, dice fray Guerrero. “Pero ahora –agrega–, las balaceras son menos frecuentes, aunque en los útimos días ha habido pleitos entre jefes de bandas.
“Estos barrios siempre son peligrosos, porque hay gente amontonada como conejos, sin instrucción, sin trabajo, y muchos jóvenes y niños que nunca han ido a la escuela”.
Para iniciar la experiencia, fray Guerrero quiso tener una casa donde vivieran tres jóvenes, pero cerca de allí se reunían muchos drogadictos y tuvo miedo de dejarlas solas. Fue un día en oración, estando en un curso de formación en Mandinga, que el padre Guerrero sintió la voz de Dios que le decía “José, por qué no empiezas tú el proyecto. Si tienen miedo las muchachas, hazlo tú mismo”.
Nunca había pensado dejar la orden capuchina, sino empezar su proyecto como una misión dentro de su compromiso pastoral como franciscano. Pensó pedir un permiso por diez años, pero alguien le dijo que eso no estaba contemplado en las constituciones de los frailes menores, que pidiera su retiro y que si no resultaba la experiencia podía solicitar su reintegro.
Así lo hizo y se incardinó a la Arquidiócesis de Santo Domingo, bajo la autoridad del arzobispo Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez.
“Con la ayuda del Cardenal hemos avanzado, tenemos ya cuatro estudiantes y un aspirante que vive con nosotros”.
La experiencia para fray Guerrero y sus cuatro compañeros es hermosa, pero muy riesgosa. La casa donde viven es insegura, rodeada por delincuentes y trafi cantes nocturnos. Y peor aún, con frecuencia salen en procesión, llevando al Santísimo (Jesús Sacramentado) por los callejones y callejuelas.
“Es una experiencia única, hermosa y vivifi cante, a pesar de los peligros”, dijo fray Guerrero, recordando que una noche casi se lo lleva por delante una motocicleta.
Uno como los otros
La espiritualidad, fundamentada en la fi liación divina, los lleva a vivir en el corazón del barrio, donde está el problema, conviviendo con la gente agobiada por toda clase de miserias. “Los sentimos como hermanos y así nos sienten a nosotros”.
La espiritualidad, fundamentada en la fi liación divina, los lleva a vivir en el corazón del barrio, donde está el problema, conviviendo con la gente agobiada por toda clase de miserias. “Los sentimos como hermanos y así nos sienten a nosotros”.
Hace apenas un mes que una inundación afectó todas las casas, todos sufrieron de la misma manera, y “eso hizo ver a la gente que éramos igual que ellos y ellos igual que nosotros”. Con las mismas dificultades y problemas, fray Guerrero dice que le resulta más fácil llegar a la gente, compartir la fe y enseñarles el camino del Evangelio. “Ellos nos ven como uno de ellos que pasa las mismas penurias y dificultades, con la diferencia de que estamos para ayudarlos y ser solidarios”.
La vida casi siempre en cualquier barrio es muy peligrosa, porque son frecuentes los tiroteos y peleas callejeras, y cuando salen en procesión con el Santísimo de repente se escuchan las detonaciones de las armas.
“Uno se asusta, como es normal y nos paramos para guarecernos en alguna casita, hasta que todo pase”.
LLAMADA AL SACERDOCIO
Fray José Guerrero nació en un campo de Higu¨ey el 18 de diciembre de 1960, y por razones económicas sus padres emigraron al barrio de El Caliche, de Villa Duarte.
Fray José Guerrero nació en un campo de Higu¨ey el 18 de diciembre de 1960, y por razones económicas sus padres emigraron al barrio de El Caliche, de Villa Duarte.
Prácticamente se crió en aquel sector, que entonces tenía otras características, bajo índice de violencia y criminalidad, y mayor paz para la gente.
“Papá empezó a trabajar en un matadero, limpiando mondongo y los hijos trabajábamos con él”.
El padre era muy exigente con el trabajo, y trabajando en el matadero tuvo un derrame cerebral y murió, pero nosotros seguimos en aquel matadero.
La madre empezó una búsqueda constante de Dios, ella tenía sus raíces en la tierra de la Virgen de la Altagracia. Buscaba a Dios en la iglesia católica, y asistía siempre a todos los actos, la misa, las oraciones y la contemplacion frente al Santísimo.
El adolescente seguía los pasos de la madre, y en poco tiempo nace su vocación religiosa, una noche de 1974, en que el obispo Juan F. Pepén vino a la iglesia Nuestra Señora del Rosario, de Villa Duarte, y en una homilía habló de la grandeza de ser sacerdote. “Yo tenía 14 años y mientras monseñor Pepén hablaba sentí la llamada de Dios. Le dije a mi madre y ella me apoyó hasta su muerte hace apenas dos meses”.
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